Creación literaria

¿Hacia dónde vas, Guillom?
Gracias a alguno de los convenios de colaboración que sostiene nuestro Instituto Estatal de Cultura con el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), fue posible traer a Tabasco, durante cinco días —del 23 al 27 de junio— al escritor Guillermo Samperio (México, D.F., 1948) con el objetivo de impartir un Taller de Creación Literaria.
La Dirección Editorial y de Literatura, a cargo del Lic. Cosme Zurita Castellanos, fue la encargada de promover el evento y de acoger a los participantes en sus instalaciones de la Casa Mora, también llamada Casa del Escritor.
Acudimos más o menos quince personas con la idea de aprender las técnicas del maestro de la narrativa breve, para muchos, el mejor cuentista mexicano de la actualidad. Guillermo (Guillom) Samperio es ampliamente conocido por sus relatos y un poco menos por sus ensayos y poesía, pero entre los asistentes al taller, varios lo recordábamos por su manual para escribir cuentos “Después apareció una nave. Recetas para nuevos cuentistas” (Alfaguara, 2002). Una obra que nos ha servido como guía y soporte para avanzar en nuestras carreras de cuentistas o para impartir el taller correspondiente.
Fue una novedosa experiencia para todos (incluyendo al maestro, que no esperaba esa calidez tabasqueña de junio). El grupo formó una heterogénea mezcla con mayoría de jóvenes y otros ya no tanto: había estudiantes y profesionistas, hombres y mujeres, escritores o aprendices, pero todos con ganas de escribir cuentos y la verdad es que en esos cinco días hubo suficientes oportunidades para todos.
El primer día el reconocido escritor apareció —una hora después de lo acordado— con un aspecto que llamó mi atención ya que venía muy abrigado para la temperatura del ambiente y por su indumentaria era evidente que la informalidad sería el tono del taller. Pensé que quizá vendría cansado por el viaje, algo natural a cierta edad, y me dispuse a disfrutar de su plática. Lo primero que solicitó fue un cenicero, así que después de varios años volvimos a ver un maestro fumando en el salón de clases. Nadie protestó; inclusive uno de los compañeros se animó a fumar de los mismos cigarrillos mentolados del jefe Samperio.
Poco a poco nos fuimos conociendo: él nos habló de su trayectoria y nosotros sólo dimos nuestros nombres. Hubo un momento de incertidumbre, como si nadie supiera qué íbamos a hacer pero él rápidamente nos propuso realizar un ejercicio de escritura como para ir aflojando la mano. Empezamos con más entusiasmo que orden, todos queríamos aprender algo nuevo y, de paso, queríamos que el maestro oyera nuestros textos y nos dijera algunas palabras esclarecedoras. Ese primer día hubo poca actividad, fue como un round de sombra, pero quedamos picadísimos para el segundo día.
A partir del segundo día, tuve la suerte de oír (y leer) los cuentos de algunos de los compañeros del grupo: todos novedosos e imaginativos. Al final, venían los comentarios propios de un taller pero, en realidad, la única opinión que esperábamos era la del autor de “Miedo ambiente y otros miedos” (SEP, 1986). No hablaba mucho, más bien pasaba la batuta a diferentes participantes para luego hacer alguna acotación. Seguíamos atentos a escuchar ese comentario brillante que nos ofreciera un punto de vista diferente, esa visión que sólo el experto posee gracias a su talento y experiencia. A cuentagotas salían sus opiniones; el maestro sacaba más humo que recetas. Aun así, todos seguíamos expectantes. Tal vez al día siguiente obtendríamos una de esas perlas de sabiduría todavía escondidas en las alforjas del visitante.
Y nos dieron el miércoles, y el jueves, y el viernes (¡Ay mojo, Sabina!). En cada sesión seguimos escuchando nuevos cuentos y nuevos comentarios (de los talleristas, por supuesto). Samperio narraba diferentes anécdotas siempre atractivas y coloridas, hablaba un poco de otros escritores mexicanos y mucho de su pasado. Supimos cómo fue su vida y hasta recibimos una explicación de sus diversos tatuajes. Ya estábamos en plena confianza, dejó de importarnos el humo y hablábamos de todo, hasta de cuentos. A medida que avanzaba la semana fue notorio que el maestro llegaba al taller más aclimatado, más receptivo, más animado, como diciendo ahora sí vamos a develar los secretos de la creación literaria, aunque finalmente el resultado volvía a ser el mismo.
El viernes terminamos justo a tiempo para llegar a la presentación de su más reciente cuentario: “Historia de un vestido negro” (FCE, 2013). En ese evento, el autor refirió como aprovecha su biografía y su figura para recrear historias en las que parece que él mismo se retrata como personaje pero -aclaró- es sólo un truco para que el lector se sienta más cercano al escritor; esto lo hace en diferentes cuentos para hacerle sentir al lector que lo que vive el personaje, le pasó a él. “Quizá es mi estilo”, aseguró.
Al final del evento, acompañé a Guillom (como le gusta que le llamen) a su hotel y le agradecí el haber venido hasta nuestra tierra para compartir un poco de su experiencia en este arte de la narrativa breve. Me confió que Villahermosa le había gustado; mucho más que la última vez que estuvo por aquí. En sus escasas salidas del hotel encontró gente muy amable y receptiva; el grupo de asistentes al taller no sólo le pareció agradable sino que aseguró haber aprendido de nosotros. En general, su estancia en esta ciudad le ayudó a descansar y poner en orden sus ideas antes de regresar a la capital del país.
Este taller fue ilustrativo en varias formas. Conocí a varios nuevos escritores tabasqueños, gente ansiosa por escribir buenos cuentos, deseosa por aprender los secretos de los escritores consagrados y que solo necesitan un pequeño pretexto para sacar su laptop o su tablet y empiezan a escribir relatos. También aprendí que un taller express, donde se trabaja al vapor, no ofrece la mejor oportunidad para digerir una enseñanza (aunque en este caso hubo pocas) ni para desarrollar proyectos ambiciosos. Pero lo que mejor aprendí es que no hay que confiarse mucho de estos talleres coordinados por grandes figuras. Como sucede frecuentemente con los instructores que saben mucho, no es lo mismo saber escribir que saber enseñar; lo importante viene a ser la actitud y no tanto la aptitud.
Guillermo Samperio es un prolífico escritor, todos lo sabíamos. Como dice el boletín del IEC: “…ha publicado más de veinticinco libros en su carrera entre los cuales destacan cuento, novela, ensayo, literatura infantil, poesía y crónica. Desde hace más de veinte años ha impartido talleres literarios en México y el extranjero. Ha sido incluido en múltiples antologías del país y del extranjero, ha sido traducido a varias lenguas…, etcétera, etcétera” Abrumador es lo menos que se puede decir de su currículum, me quito el sombrero en señal de respeto ante los logros obtenidos por este hombre, por este artista de la palabra. Desafortunadamente, creo que en esta ocasión no nos ha tocado apreciar la mejor versión de G. S. Fue parco en sus opiniones y hábil para transferirnos la responsabilidad del análisis. Puedo concluir que primero nos emocionó con su presencia para luego llenarnos de humo la cabeza; despertó en muchos la motivación para seguir escribiendo, no nos dio grandes consejos, quizá mencionó algunos detalles, pero la chamba fuerte la hicimos nosotros.
Un taller de una semana, con quince personas participando activamente, no da para explicaciones abundantes ni profundas; apenas si da para leer dos o tres relatos breves, platicar de todo un poco y salirse de la rutina. Para otros significa venir al trópico húmedo a tomar café y llenarse los pulmones de un nuevo aire, más cálido, más inocente; tal vez darle de comer al ego con abundantes muestras de admiración y elogios a una obra pretérita que nos sigue dejando gratos recuerdos. Sin embargo, al final termina uno con la pregunta en la cabeza ¿para dónde vas Guillom?
 

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