Letras de hoy


La magia de la Navidad
José Manuel Tamez
El despertador suena con su timbre estridente durante varios segundos hasta que le tira un manotazo para apagarlo. Son las dos de la mañana. Con una lentitud que delata la modorra, va incorporándose hasta quedar sentado en el borde de la cama, los ojos no terminan de abrirse, la cabeza cuelga hacia adelante amenazando con tirarlo al suelo. Las baldosas frías hieren sus pies que buscan las pantuflas con desesperación. No ha terminado de despertar pero sabe que hoy es el día.
Duda por unos segundos si se debe bañar y decide que no: el frío es intenso. “No es necesario, ya lo haré cuando regrese”. Del ropero saca el traje rojo con su olor a naftalina y humedad, luego lo sacude vigorosamente para quitarle un polvo que no se ve y empieza el rito de vestirse. Primero coloca la almohada en el estómago para darle el volumen necesario, después viene el pantalón con su ancho cinto, a continuación las botas negras, sobre sus barbas reales las barbas postizas, el chaquetón, los pequeños lentes de arillo y el gorro ridículo. Se mira al espejo para comprobar que el disfraz esté en su lugar pero se entretiene mirando las profundas arrugas en la frente y los dientes amarillos. Son casi las dos y treinta minutos del día veinticinco, la gente ya debe haber terminado de cenar su pavo relleno. Con suerte ya estarán todos dormidos, especialmente los niños. “Qué bien, así se trabaja mejor”. Un creyente desde tiempos inmemoriales, habla con Dios por unos momentos; le pide detener el tiempo hasta cumplir con su misión, así como le ayudó a Josué a detener el sol.
En medio de la noche, aterido por el frío pero con el ánimo en alto, sale de la vivienda arrastrando la gran bolsa de tela encarnada y aborda su modesto sedán cuatro-puertas. Hay que decir que los tiempos han cambiado todo, los animales ya no son bien vistos en una ciudad, ahora las personas se mueven en vehículos metálicos, más ruidosos pero más rápidos para recorrer las solitarias avenidas en noches como esta. 
Mientras transita por el exclusivo barrio, recuerda cuando nada de esto era necesario. Ellos tenían sus propios juguetes para llevarlos a los niños, quienes impacientes se iban a la cama en la noche del cinco de enero con la esperanza de un bien merecido premio. Pero en el siglo veinte todo cambió. Del frío polar llegó un extraño personaje con apariencia de viejo gordo, barbudo y colorado; venía acompañado de un gran aparato de publicidad, pagado por las grandes tiendas de la ciudad. Una nueva tradición empezó a competir con la antigua y, al final, las corrientes del norte prevalecieron. La gente los fue olvidando poco a poco, los niños dejaron de preguntar por ellos, los relegaron hasta convertirlos en decoración de fotografías en un parque soleado. Se acabaron las cartitas infantiles y los esfuerzos por portarse bien, los juguetes se volvieron eléctricos y complicados. “¿Cuándo cambió el mundo? ¿Cuándo se acabó el misterio? Ahora todos saben quién es el que compra los juguetes y saben también que el regalo buscado está en Liverpool o en Walmart”. Otra vez la sensación de impotencia le recorre el pecho, la sensación de haber caído en un pozo oscuro. Recuerda cómo el grupo original se desintegró pero él nunca se resignó a ese destino y siguió buscando nuevos magos para volver a formar el trío. Ninguno funcionó. Nuevamente quedó solo, más viejo, más cansado pero con la misma ilusión de llevar regalos al niño.
Tras un breve recorrido elige el lugar para iniciar su labor. Detiene el auto para admirar la lujosa casa. No se ven luces en su interior, solo las típicas cascadas de foquitos que cubren la fachada como un cielo intensamente estrellado. No hay chimenea pero no importa, su magia le permite pasar a través de las paredes.
Todo está en penumbras, avanza con cuidado pero no evita tropezar de vez en cuando con algún mueble. Llega a la gran estancia donde tintilea intermitente el pino artificial produciendo una tenue iluminación, suficiente para su propósito. Con indudable destreza, producto de años de experiencia, examina los regalos que yacen a los pies del árbol, eligiendo los más adecuados que van a dar al fondo de su bolsa; no le interesan las joyas ni las botellas, solo juguetes infantiles. Cuando ya se da por satisfecho abandona la casona de la misma manera en que entró a ella, llega hasta el auto y deposita los paquetes en la cajuela infinita. Sabe que es apenas la primera escala de una larga serie que le espera por delante. Desde la acera iluminada y silenciosa dirige su mirada a la hilera de mansiones que se yerguen elegantes y limpias a lo largo de la calle. Camina con su bolsa vacía hasta la siguiente casa y repite la operación.
Al regresar a la vivienda, después de haber visitado miles de casas, las piernas cansadas y la frente sudorosa atestiguan la magnitud del esfuerzo y representan el premio del deber cumplido. Ahora, solo queda descansar y esperar pacientemente el día de la redención. No hay prisa. Agradece a Dios por acompañarlo en la jornada y le pide volver a mover el reloj de la vida. Son las dos treinta del veinticinco de diciembre cuando Melchor, el rubio, el último mago, concluyó su indispensable acto de magia.

Comentarios

  1. De verdad amor, me sigue encantando tu buen humor, considero que tienes toda la razón, nos hemos olvidado de nuestras tradiciones y los pobres Reyes Magos, tristes y maltratados sólo sirven para que los retraten en los parques públicos ni siquiera en las Plazas importantes.
    Te felicito cada vez tus cuentos son más ricos en lenguaje y las descripciones son casi videos.
    Tu fan número 1.
    Laura

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  2. Hola Manuel, me gustó tu cuento, como siempre lleno de humor negro. Aunque siento que el final quedó un poco flojo, no sé. En fin Saludos. Guadalupe

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  3. Querido e implacable Manuel,

    Me alegra haber gozado tu cuento y haberlo comentado en la intimidad de hotmail o gmail. Por los comentarios previos, me adhiero sin cortapisas como otro de tus fans con la salvedad de los años pues lo soy desde la mitad de los sesenta donde tu humor negro no tenía rival. Plis, déjame ser miembro o seguidor de este blog. Por cierto, siguiendo tu ejemplo abrí unos en los días pasados. Si quieres te mando la http. Un abrazo

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  4. Martha Eugenia de la Cueva2 de febrero de 2012, 23:31

    Hola Manuel, felicidades por el blog.
    Me encantó tu cuento. La narración se resbala fácilmente al punto en que sientes que ya lo has leído antes, hasta parece intrascendente... y entonces te topas con una realidad poco esperada y el desenlace que toca fibras no anticipadas. Un abrazo.

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