Textos efímeros

Elecciones en mi colonia



La semana pasada se llevó a cabo una reunión en mi colonia, bien conocida como El Sueño del Sureste, con la idea de elegir una nueva mesa directiva de la asociación de colonos. Antes de que llegáramos al punto de la elección, se discutieron diversos asuntos de la mayor importancia para los vecinos. Como ustedes saben estamos muy orgullosos de ser uno de los fraccionamientos más exclusivos de la ciudad por el buen nivel de vida que hemos alcanzado gracias al esfuerzo de los que ahí vivimos. Esta es una urbanización reciente en la ciudad, eso quiere decir que todos los que aquí residimos hemos llegado de fuera y la verdad es que en este lugar hemos encontrado “el mejor lugar para vivir” (como diría el clásico). Contamos con servicios de primera, las calles están pavimentadas y bien iluminadas, el agua y la luz nunca faltan en nuestras casas, las áreas verdes embellecen el entorno y los niños juegan con toda libertad. Sabemos que no todo es perfecto, no faltan los que sacan a pasear a sus perros y dejan la caca regada por los prados, el vecino que organiza fiestas ruidosas y algún colono desesperado que pasa manejando su auto a toda velocidad. Son casos aislados porque, en general, nuestra comunidad es muy respetuosa de la ley y el orden.
Desafortunadamente, el fraccionamiento fue construido justo a un lado de la colonia El paraíso, un lugar que tiene muchos años de estar ahí y que no deja de crecer pero sólo en número de habitantes porque en lo relativo a servicios no sólo no ha mejorado sino que creo que cada vez está peor. Ahí vive gente buena y sencilla pero la mayoría de ellos sin empleos fijos y los que sí trabajan lo hacen en cosas sencillas. Hay muchos albañiles, jardineros y sirvientas. De hecho, cada vez que necesitamos un trabajo de ésos, vamos a esa colonia y rápido nos traemos a alguien que lo mismo lava un carro, pinta una barda o arregla el jardín. De esta forma les ayudamos a mejorar sus vidas porque, si no fuera por nosotros, no tendrían tanto trabajo. Cuando podemos, los dejamos que vivan aquí en la azotea de nuestras casas para que no tengan que viajar todos los días y además a sus hijos les pagamos la escuela pública.
El problema, ahora, es que la situación en la ciudad se ha puesto muy fea; la delincuencia ha crecido en forma desmesurada, la gente es más violenta y agresiva, se matan por cualquier tontera, la policía no se da abasto, y hasta el ejército ha tenido que intervenir. Aquí, en El sueño, pensábamos que la delincuencia no nos iba a alcanzar pero ya sucedió. Hemos visto a jovencitos fumando mariguana en el parque de la colonia, borracheras que han terminado mal, inclusive algunos vecinos nos han reportado que se les han metido a sus casas para robar cosas de valor. Sospechamos de las sirvientas y de los albañiles que aquí trabajan, pero también nos dicen que malvivientes de El paraíso cruzan todos los días por la cerca de alambre y andan caminando, con total descaro, por nuestras calles. Somos muchos los que creemos que estas personas son las culpables de nuestra inseguridad.
En ese clima de incertidumbre e inseguridad, cuando estamos viendo que la plusvalía de nuestras casas está cayendo año con año, lo primero que acordamos fue aumentar el servicio de vigilancia de nuestros accesos; subimos la cuota a los colonos para estar protegidos las 24 horas y con eso redujimos por un tiempo los incidentes molestos pero no se evitaron por completo; de vez en cuando, alguien se quejaba de un robo o de que había un borrachito molestando a la gente de bien. El presidente de la asociación de colonos decía que lo mejor era llevar buenas relaciones con nuestros vecinos de El paraíso, que deberíamos ofrecerle más trabajo y organizar pláticas con ellos para explicarles nuestros problemas pero como no están organizados, no se pudo hacer nada.
En eso estábamos cuando se vino el cambio de directiva. Hubo dos candidatos: el señor Pérez y la licenciada Hernández. En la asamblea, a la cual sólo acudió la tercera parte de los colonos, ambos contendientes presentaron sus programas de trabajo. Hablaron de jardines, de limpieza, de pintura pero lo que la gente quería saber es qué iban a hacer con respecto a la inseguridad. La licenciada Hernández dijo que reforzaría la vigilancia de las puertas para permitir la entrada solamente a quienes se identificaran adecuadamente y explicaran qué iban a hacer en nuestro fraccionamiento. El señor Pérez, muy enfático, dijo que él acabaría con la inseguridad en forma total. Nos expuso un panorama terrorífico en el cual acusó que los pobladores de El paraíso eran los principales culpables de nuestros problemas; prometió expulsar a todos los que anduvieran caminando, trabajando como albañiles o vendiendo empanadas; prometió reforzar la vigilancia contratando más guardias y hasta insinuó que les daría armas. No terminó ahí. Alzó la voz para explicarnos que él veía que muchas colonias pobres (“jodidas” fue la palabra que usó) nos ven como un botín para sus fechorías. “¡Esto se va a acabar conmigo!”, gritó con fuerza. “Voy a mandar construir una barda de tres metros de alto rematada con alambrada eléctrica para impedir que los delincuentes de El paraíso se metan a robarnos.”
Está demás decir que él gano las elecciones. 

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